lunes, abril 22, 2019

El día D

Lo habitual no es recordar el día exacto en el que una persona llega a nuestra vida. Bueno, vamos a ver. En el caso de hermanos pequeños, hijos, pareja... pues sí, claro. Pero me refiero a nuestros amigos, a esas personas que terminan siendo tan fundamentales en nuestra vida. Porque casi siempre, bueno, puedes calcular el día en que se cruzaron los caminos (ese primer día de clase/trabajo, aquella quedada con amigos comunes o aquel primer ensayo) pero no el momento crucial en el que esa persona deja de ser un conocido más y empieza a ser tu amigo. 

Por ejemplo, mis dos compis del cole a las que más quiero. Sí, puedo decir que aquel martes de septiembre del 2009 fue la primera vez que nos vimos, que me dijeron sus nombres (junto al resto del claustro). Nombres que ni intenté retener, claro. Y mucho menos aquellos primeros cursos en los que, como la falsa moneda, circulaba de clase en clase "y ninguna se la queda". Con una al menos coincidía porque daba clase en su tutoría y hasta nos fotografiaron juntas disfrazadas de brujas para Halloween. Pero vamos, que era una compañera de trabajo más. Y la otra fue mi primer amigo invisible. ¿O es al revés? Quiero decir que ella fue la que me tuvo que hacer el regalo. Recuerdo que en la cena de Navidad nos sentamos juntas, pero poco más, porque en aquella época yo no daba clase en su ciclo. Luego el teatro nos unió, aunque al principio no conincidimos con los días y los grupos. Pero ya teníamos algo en común de lo que hablar. Y después llegaron los desayunos compartidos, las charlas interminables, las vivencias (buenas, malas y regulares), los kilómetros, las funciones... Y aquella antigua tutora de infantil con la que charlaba a veces al entrar y al salir de su clase, terminó (de rebote, como yo) en las clases de los mayores y allí comenzamos nuestra andadura como compañeras de nivel (yo en el A y ella en el B). Pero a día de hoy tengo la gran suerte de poder considerarla una AMIGA así, con mayúsculas.

O aquellos amigos de la infancia que aún conservo, a una tengo la suerte de tenerla cerca, de seguir disfrutando de su compañía. Otros se alejaron en bifurcaciones varias de la vida y solo mantengo contacto por las redes sociales y en quedadas esporádicas. Pero ¡oye! que al final el mundo es un pañuelo y hoy mi madre se ha encontrado con mi primer mejor amigo. Por supuesto que no recuerdo cuándo coincidimos, pero tendríamos 5 o 6 años. Vivíamos en Gerona, nuestros padres trabajaban en la misma empresa, nuestras madres (gallegas, como sus maridos) se turnaban para llevarnos al cole, íbamos a la misma clase, éramos vecinos (desde las ventanas de mi piso veía el patio de su casa)... ¡Vamos! Que lo teníamos todo a favor. Aunque he de reconocer que al principio no me caía muy bien, ja, ja, ja. Mi madre le decía que me cuidara (mi madre, esa magnífica mujer que siempre ha depositado tanta 'confianza' en mí) y él se tomaba muy en serio el encargo. "Espérame a la salida, dame la mano, cuidado no te subas ahí". Y yo le decía: "tú no me mandas" y él me contestaba: "tienes que hacerme caso, yo soy mayor que tú" (fíjate, él había nacido a principios de junio y yo a finales de octubre).  

Pero debe ser que al final el roce hace el cariño. Y sí, terminé por disfrutar de aquellas tardes infinitas de la infancia en su compañía. A pesar de la competitividad extrema que reinaba en muchos de nuestros juegos. "Mira hasta dónde salto" "Pues anda que yo, mira, mira". A veces jugábamos con otros niños, pero casi siempre jugábamos solos él y yo. No éramos muy buenos en los deportes reglados, aunque sí salíamos con la bici "a ver cuánto tardamos en dar la vuelta a la manzana, venga, tú cronométrame a mí primero y luego te cronometro yo". Los dos teníamos mal perder. Ja, ja, ja. Alguna vez el perdedor se enfadaba y se marchaba a casa, dejando colgado al otro, que aunque se quedara jugando con los otros niños en el parque ya no disfrutaba tanto. Por eso algunas veces me hacía la tonta y me dejaba ganar para tenerlo contento y que no se marchase airado a su casa. Dudo que él hiciera lo mismo, aunque quién sabe, quizá mi percepción infantil no era del todo consciente de sus posibles cesiones para tenerme contenta. 

Nuestros caminos se separaron un lunes de marzo o abril de 1989 (no recuerdo con certeza la fecha) cuando mis padres decidieron (de un día para otro, vamos, que se liaron la manta a la cabeza y sacaron los billetes de tren) volvernos a Madrid. Luego supe que sus padres se mudaron a Galicia y que al final él también se fue a vivir allí. Años después, con el auge del Facebook y la fiebre de reencontrarse con los compañeros de la EGB 20 años después, conseguí su teléfono. Nos vimos en verano del 2010 y me maravilló lo fácil que fue volver a reconectar frente a frente. 

El verano pasado hablamos de intentar vernos, pero al final no pudo ser. Y hoy se ha encontrado con mi madre, de casualidad. Pero la ha reconocido. Según él (hemos hablado después) no ha cambiado mucho. Mi madre no lo reconoció. Ha sido ella quien me lo ha contado este mediodía por teléfono. Me he emocionado, aunque he conseguido mantener las lágrimas a raya. Luego él me ha dicho que él también se emocionó. Es curiosa la vida con las coincidencias. Mi madre me ha mandado fotos del reencuentro. Oye, mira que salen guapos. Los dos. He buscado en el álbum fotos de cuando éramos pequeños. No hay muchas (en los 80 era caro revelar los carretes y no andábamos siempre con la cámara a cuestas), pero sí unas cuantas. Yo era más alta. Ahora él me debe sacar una cabeza, como mínimo. 

En fin, ya hemos quedado en vernos pronto. Creo que hay firme propósito de cumplir. Que por cierto, hablando de 'cumplir', empieza el debate. Espero que quien llegue al poder cumpla con lo prometido. O bueno, ejem, quizá mejor no. Depende de los que sean. Quién sabe qué nos deparará el futuro después del 28 de abril... Por ahora voy a sintonizar la radio.