domingo, julio 19, 2015

Inspiración

Ayer volaba en un avión atestado de gente. Suerte que el viaje no era largo porque me había tocado el asiento del medio (todo por ahorrarme los diez euros extra que costaba poder escoger asiento) y el tipo que tenía a mi izquierda, el que iba al lado de la ventanilla, no dejaba de resoplar y de menear una pierna, sí, justo la pierna pegada a la mía. En fin, saqué el libro que estaba leyendo en ese momento, suspiré profundo y me sumergí en las últimas páginas armándome de paciencia. El otro, el del asiento pasillo, se durmió rápido. Menos mal.

"En el bolsillo de delante de sus asientos encontrarán las instrucciones de seguridad"... dice una voz. Los azafatos se sientan. Despegamos. Le ha vuelto a dar el tembleque al tipo de al lado. Uf, me cuesta horrores centrarme en la lectura. ¿Pero no parará de una vez este petardo de moverse? Unas niñas en los asientos del otro lado juegan con un aparatito que hace un ruidito simpático cada dos por tres. Ruidito que cuando lo has oído cincuenta veces ya te enerva un poco los nervios. Suerte que al abuelo que las acompaña también le molesta y les pide que lo dejen ya. El abuelo sigue con su periódico y las niñas se entretienen con quién sabe qué. Yo sigo leyendo mi libro. Pasan los azafatos con el carrito. "¿Desean algo de la carta?" No, gracias. Ya queda poco para el final, pero la historia no termina de engancharme. 

El del tembleque se ha puesto a trastear en su móvil y parece que su pierna ya no tiene vida propia. Levanto los ojos y me fijo en el hombre que se sienta delante del bello durmiente que dormita a mi derecha. Tiene un portátil y está escribiendo algo. Me inclino un poco y entre los asientos consigo leer el comienzo "INTERIOR DE LA CASA-DÍA", y  a continuación algo así como: "Vemos una puerta desde el interior de una casa, se va abriendo el plano y divisamos..." ¡Anda! Está escribiendo lo que parece un guion cinematográfico, qué curioso.

Fíjate, con este entretenimiento no contaba yo. El hombre escribe, corrige, borra, vuelve a escribir. Y yo le observo y leo su pantalla desde mi asiento. Después de un rato le pone título al documento. Ah, mira, qué pintoresco. El escritor percibe algo y veo que me mira por el rabillo del ojo. Me escondo tras mi libro. No, si yo estaba aquí con esta novela en papel, tranquilo, mira cómo leo, mira cómo paso la página, mira, mira. Atravesamos unas pocas turbulencias, el pasajero durmiente se despierta. El comandante nos dice que en una hora llegaremos a nuestro destino e informa del número de las puertas a las que deben dirigirse los que hacen escala. El escritor parece atascado. Borra. Escribe un poco más. El bello durmiente vuelve a dormirse. Ahora me intereso más por mi libro, la historia llega a su fin. ¿Cómo? ¿Así termina? Pues vaya. Cotilleo otra vez el trabajo del escritor, pero el guion no ha avanzado mucho desde la última vez que eché un vistazo. Parece que la inspiración no fluye. Nuevo aviso del piloto, estamos a punto de aterrizar. El escritor cierra el documento, apaga el ordenador y guarda el portátil. Vuelve a mirarme de reojo. Ya no tengo libro tras el que esconderme, lo guardé hace un rato en el bolso. Sonrío. Él desvía la mirada con fría indiferencia.

Aterrizamos. El durmiente se levanta rápido a recoger su equipaje. A ver si  con un poco de suerte conseguimos salir pronto de este avión. Me quedo medio de pie medio apoyando una pierna en mi asiento. Parece que nos costará aún un ratito salir. Enciendo el móvil, leo algún mensaje del whatssap, contesto. La gente en el pasillo comienza a avanzar. Se me escapa una sonrisa. El durmiente cruza su mirada con la mía y también sonríe. Parece que dormir viene mejor para el humor que pelear con las musas en pleno vuelo frente a un ordenador. Salgo de mi cubil y al avanzar lanzo mi última mirada al escritor, que me devuelve otra mirada gélida. Lo dicho. No es bueno escribir en un avión para el humor.