sábado, noviembre 04, 2017

E(qui)vocación

Hace unas cuantas noches, al meterme en la cama, me llegó un recuerdo evocador de su piel. Un olor a leña, a tierra húmeda, a vida. Hace mucho, muchísimo que no sé nada de él. Pero a veces lo recuerdo, aunque después de tanto tiempo no imaginé que mi cerebro guardara aquello: Su olor. Quizá, quién sabe, jugó un papel decisivo en mi idea genial de que él era el definitivo, que su piel escondía la semilla fértil que me amarraría a la vida, que me haría abandonar mi mundo etéreo de musas y hadas y así reconducirme, seguir el paso marcado por lo convencional, lo bueno, lo correcto (socialmente hablando). 

Al día siguiente aproveché que no llovía (aún) y quité las sábanas. Sacudí con fuerza tratando de borrar los "¿qué hubiera pasado si...?". Pero fue inútil. Quizá sería feliz, con dos o tres chiquillos demandando mi atención y ensanchando mi corazón. O quizá muy desgraciada, detestando cada día más ese rostro junto a mi almohada cada mañana, amarga, reprochándome no haber escuchado a mis ganas locas de salir corriendo. 
 

Saqué unas sábanas recién planchadas del armario, un nuevo olor inundó mi habitación. Volví a sonreír. Estoy segura, hice lo correcto.