martes, julio 04, 2017

La verdad y nada más que la verdad, señoría

Hace tiempo, mucho ya, una amiga manifestaba en su blog (cuando los blogs andaban en auge) que estaba harta de fingir, de ser correcta, de no decir lo que pensaba y se mostraba determinada a cambiar, a hacer un punto de inflexión en su vida y a partir de ese momento decir la verdad en todo momento.

Yo, que fui acusada en ocasiones varias de tener la conciencia muy laxa, comenté que lo que en principio parecía una buena idea, no lo era en absoluto (en mi modesta opinión, claro). No es que quiera/quisiera hacer apología de la mentira, no. Lo que pasa es que por experiencia sé que en general no estamos preparados para la verdad. Ni nos paramos a discernir en ocasiones la verdad del engaño, ni mucho menos nos gusta que nos la digan a la cara. Porque la sinceridad es una palabra bonita en sí, pero, como le dije a mi amiga (bueno, le escribí en un comentario de su entrada del blog) "igual que no te desnudas delante de cualquiera, tampoco hace falta que seas cien por cien sincera con cualquiera".

Claro que necesitamos quitarnos la máscara, por supuesto. Vivir con ella puesta en todo momento es agotador. Por eso es bueno tener cerca a alguien que nos entienda, que nos escuche, que nos diga la verdad y a quien decírsela. Alguien con quien poder ser tú sin correcciones impuestas por una sociedad. Pero opino que ese alguien tiene que ser escogido. A simple vista es difícil reconocer entre la gente a las personas que no temen oír lo que no siempre es agradable oír.

Sinceros del mundo, manejad con cuidado la verdad. Conozco a uno que después de tres cuartos de siglo (casi) de escrupulosa sinceridad vio su palabra comprometida por un mentiroso compulsivo. Vamos, que más de setenta años de sinceridad no pudieron con una década de engaños y mentiras demostradas. Porque la verdad era incómoda y la mentira tan... ¿conveniente?

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